No tenía nombre.
Era un viejo ratón de ordenador, un Genius EasyMouse sin “ruleta” que habían traído junto al ordenador. Un ratón sobrio y sin pretensiones que cumplía con su trabajo lo mejor que podía.
Después de unos seis años de vida y tras docenas de limpiezas, cientos de kilómetros recorridos con su bola y millones de clics para matar monstruos espaciales o cerrar ventanas de programas de Microsoft que habían dejado de funcionar, empezaron a fallarle los botones. Los clics dejaron de ser tan sonoros y a veces ni sonaban, con lo que en ocasiones no estaba seguro de si le había dado a ejecutar el Word y estaba tardando diez minutos en arrancar gracias a las maravillas de la última tecnología o había hecho un simple clic, por lo que su espera era en vano.
A pesar de estos pequeños achaques el ratón siguió funcionando, hasta que un día el cursor dejó de reaccionar ante el más mínimo movimiento del roedor, como había hecho siempre. El ratón se sintió mal. Le estaba fallando el cable.
Ya no tenía el color blanco del que tanto presumía en su juventud, se había convertido en una especie de color hueso, como les ocurre a todos los componentes blancos antes o después y por mucho que se limpien. Había perdido todas sus patas, esos pequeños tacos de plástico que tienen los ratones en su parte inferior para ayudar a deslizarse, pero aún sin ellas había funcionado bien durante mucho tiempo. Todavía conservaba intacto el logotipo de su lomo, con el ya obsoleto símbolo de la marca, un pequeño ratón que se escurría entre la palabra "Genius" que en otros tiempos daba envidia a aquellos ratones genéricos y sin nombre con los que compartía casa en la tienda de informática. Pero de eso hacía ya mucho tiempo.
Durante los últimos días se esforzó para seguir viviendo. Hizo todo lo que pudo para que las órdenes que su bola transmitía a sus rodillos internos siguieran viajando codificadas en binario a través de su ennegrecido cable para ser interpretadas por la unidad de entrada/salida de su compañero al que estaba unido y al que le gustaba llamar "el metálico". Intentó que la mano del que él llamaba "el blando" se adaptara mejor a él, y trató de acomodarla lo mejor posible sobre su lomo y sus ya desalineados botones. Sus esfuerzos eran inútiles. Estaba herido de muerte.
Aquella tarde, mientras agonizaba se dio cuenta de que en casi todas las páginas web por las que pasaba su cursor aparecía una imagen repetida. Nunca había visto un patrón que se repitiera tanto en distintas webs aparte de los que son típicos y él por supuesto ya conocía. Se preguntó qué era durante mucho tiempo pues, aunque era incapaz de reconocerlo, ese símbolo negro en forma de lazo le producía una horrible sensación de malestar y tristeza.
Unos cuantos clics después, aterrizó en una página de noticias en la que como portada aparecía una foto de uno de esos seres blandos que le hacían moverse con sus manos. Era un blando bastante joven y estaba cubierto de sangre y con varias heridas visibles. No le dio demasiada importancia, había visto escenas parecidas en muchas ocasiones.
En ese momento su cursor se movió recorriendo algunas palabras de una frase: "... 173 muertos y más de 1.400 heridos en el atentado de Madrid. Según informaciones de..." No pudo seguir.
Se quedó paralizado al pensar que podía existir algo llamado Madrid donde en un día pudieran haber muerto 173 blandos y otros 1.400 estuvieran heridos a causa de la actuación de otros blandos como ellos. A él le resultaba impensable que otro ratón o cualquier otro componente pudiera hacer daño a un semejante.
Pensó que tal vez había estado equivocado durante toda su vida al estar dando un intachable servicio a uno de esos blandos que al parecer se mataban entre ellos, se le revolvieron los circuitos impresos, dejó de esforzarse y se dejó morir. Escuchó al blando quejarse y moverle de manera ciertamente violenta. Por un momento le rondó la idea de volver a intentar funcionar, pero el blando lo levantó unos centímetros de la almohadilla sobre la que solía reposar y lo dejó caer pesadamente.
Una o dos horas después, cuando sólo le quedaba ya un soplo de vida, el blando regresó trayendo consigo una caja de cartón, no muy distinta a aquella en la que había pasado su infancia con la única compañía de un chisme cuadrado y fino que decía que era un "disquete" y que sin la información que contenía el ratón no podría funcionar. Se acordó de aquella época, cuando su cable estaba libre y lo arropaba un pequeño manual de instrucciones. Era una vida fácil pero aburrida.
Se fijó entonces en la caja de cartón. Ya sabía lo que contenía: su sustituto.
El blando sacó aquel joven ratón de la caja y lo colocó junto a él. No había hablado con otro ratón desde que vivía en la tienda de informática, y sólo lo hizo durante unos momentos antes de que aquel blando que vivía allí lo metió en una gran caja junto con varios de los aparatos que ahora eran como de su familia.
Le llamó la atención el tamaño del nuevo. Pensó que era demasiado grande para la mano que hasta entonces siempre había reposado sobre él, pero el blando apoyó su mano sobre las formas redondeadas del nuevo y vio como se adaptaban perfectamente a su anatomía. El nuevo le miró con superioridad. Era un ratón que parecía muy altivo.
Notó como el blando desenchufaba su cable del metálico. Ya lo había hecho otras veces, pero sabía que esta era la última.
Mientras el blando estaba bajo la mesa intentando enchufar al nuevo, decidió darle la bienvenida.
- Hola.
No obtuvo respuesta.
Observó el lomo del nuevo y vio que sobre él había un logotipo que no reconocía. Miró un poco más allá y alcanzó a leer una inscripción: "Genius". -Vaya - pensó - después de todo resultará que es de mi familia.
Le llamó la atención un bulto redondeado que sobresalía de entre los botones del nuevo.
- ¿Qué es eso que tienes entre los botones?
Pasaron unos segundos y cuando ya estaba convencido de que no iba a obtener ninguna respuesta, una voz joven y algo metálica le contestó:
- Es la ruleta "Magic-Roller", fue inventada por Genius, mi creador, y me permite realizar scrolls en páginas web y documentos evitando el desgaste de mi bola y la acumulación innecesaria de suciedad en mis rodillos. Es algo que tú nunca podrás hacer, pero hoy en día todos los ratones tienen.
En realidad el nuevo no era tan insoportable como parecía, pero estaba cansado de soportar las risas y las bromas de ratones inalámbricos y ópticos durante su estancia en la tienda, así que cuando vio una oportunidad para resarcirse de aquello no la desaprovechó y se cebó con el pobre y viejo ratón.
- Oye, eres un poco...
En ese momento la mano del blando se posó sobre el nuevo y el cursor empezó a moverse igual de bien que cuando era él quien lo movía, antes de sus lesiones, antes de su moribundia y mucho antes de que ocurriera esa masacre en aquel sitio llamado Madrid.
Observó que el blando no paraba de hacer rodar lo que el nuevo había llamado "Magic-Roller" bajo su dedo corazón. Le costaba reconocerlo, pero pensaba que aquel sistema debía ser muy cómodo para el blando. En efecto, lo era.
El blando cogió al nuevo y le dio la vuelta. Intentó abrirle la tapa de la bola pero tras varios intentos no fue capaz y se dio por vencido. El ratón pensó que él no tenía esa ruleta ni esa forma estilizada, ni ese moderno logotipo, pero la tapa de su bola nunca se le había resistido al blando.
Entonces sintió como la mano del blando volvía a posarse sobre él - Quizá se ha arrepentido - pensó - Tal vez ha visto tanta muerte que ha decidido no dejarme morir a mí también. Tal vez si me esfuerzo lo suficiente pueda volver a mover el cursor de nuevo. Tal vez todo vuelva a ser como antes...
El blando lo cogió y empezó a enrollar su poco funcional cable en torno a su cuerpo, pulsando sus botones y sin aparente cuidado. Lo metió en la caja del nuevo y la cerró.
Dentro de la caja del nuevo se sintió de nuevo como en sus primeros días. Ya no era el mismo, es cierto, había visto muchas cosas y sabía algo más sobre la vida que lo que había entre aquellos cartones, pero se sentía como entonces. Conoció a un "disquete", no muy distinto de aquel con el que compartió su niñez, aunque éste, bastante más simpático, le explicó que ya no hacían falta disquetes para que los ratones funcionaran, y que él contenía unos utilísimos programas que hacían que un ratón funcionase de manera más eficiente. El disquete estaba siempre triste, porque el blando ni siquiera le había sacado de la caja, al ratón le caía bien el disquete, sobre todo porque le había dado la noticia de que por fín, hacía unos años, los ratones se habían liberado de algo llamado "drivers" y que ningún ratón tendría que volver a sufrir lo que él sufrió durante su infancia junto a aquel disquete de controladores.
Dentro de la caja tenían un manual. Era bastante parecido a aquel que le arropaba en sus años mozos, aunque era algo más pequeño y más grueso y lo tenía debajo en lugar de encima. Según le decía el disquete, no tenía gran utilidad, aunque cumplía bien su cometido y además estaba en catorce idiomas. En cualquier caso, el blando ni siquiera lo sacó de la caja.
Además de ellos había un pequeño y callado aparato dentro de la caja. Era de color verde, como el conector del extremo del maltrecho cable del ratón, aunque un poco más oscuro. Decía que era un "adaptador de PS/2 a Serial". Al ratón le parecía que tenía un nombre muy largo y complicado y pensó que servía para conectarse al metálico, pues en la espalda de éste había visto conectores que parecían encajar en el pequeño aparatito verde.
El ratón no se encontraba mal en su nueva casa, aunque echaba de menos el trabajo. Ya todo aquello daba igual. Al día siguiente el ratón murió definitivamente.
En un lugar llamado Madrid, los muertos eran ya 202.